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Una pregunta habitual, ¿cuánto debemos invertir?, ¿qué porcentaje de nuestros ahorros deberíamos meter en bolsa?
Lo primero es que no existe el deber de invertir, pero lo cierto es que, si queremos tener un mejor nivel de vida el día de mañana o una jubilación más holgada, invertir en acciones es una buena opción para conseguirlo. Y lo segundo es que depende de las circunstancias de cada uno y su personalidad. Veamos algunas de las reglas para la gestión de nuestro patrimonio.
La más antigua la encontramos en el Talmud, libro escrito en el s. III y que recoge discusiones rabínicas sobre leyes judías, costumbres… La regla dice que debemos tener un tercio de nuestro patrimonio en efectivo por cualquier emergencia que pueda pasar, un tercio en tierras como un ahorro “seguro”, y otro tercio en empresas que nos proporcionen rentas futuras y nos protejan de la inflación.
En la actualidad, existen tres formas de afrontar esta cuestión: la primera es acudir a un asesor financiero independiente registrado (EAFI) con el que elaboraremos un plan de inversión, analizará nuestros objetivos y evaluará nuestra capacidad y habilidad para invertir; el segundo es utilizar un algoritmo como los “roboadvisor” regulados que existen en internet, más barato y menos personal; el tercero es utilizar nuestro sentido común y alguna regla heurística sencilla.
El asesor independiente es la mejor opción cuando tenemos un patrimonio elevado, porque tanto la calidad como el coste de los servicios es alto. El asesor analizará nuestras circunstancias vitales y nuestros objetivos. A grandes rasgos es importante entender la habilidad del ahorrador la cual depende principalmente de: la aversión al riesgo de cada uno, por ejemplo, si nos gusta el esquí alpino o preferimos pasear por el Retiro; y también de la capacidad financiera para asumir riesgos de una persona, que depende de la riqueza, el empleo, la edad…
Por otro lado, el algoritmo o “roboadvisor” intentará hacer lo mismo con un coste menor, pero al tratarse de un programa informático se perderán los matices de la atención personalizada.
En mi opinión, si no podemos acudir a un asesor financiero, debemos tener en mente siempre dos reglas importantes: invertir aquello que no necesitemos en los próximos 5 o 10 años, e invertir como máximo aquello que, aunque caiga un 50 % nos permita seguir durmiendo plácidamente, que, aunque es difícil que ocurra, puede ocurrir y no tiene que quitarnos el sueño.
Y a partir de ahí podemos invertir siguiendo alguna regla heurística. Por ejemplo, podemos invertir en acciones el 30% de nuestro patrimonio siguiendo el consejo del Talmud.
Otra regla sencilla es la del 60/40 que establece que se invierta el 60% en renta variable (acciones) y el 40% en renta fija (deuda), y rebalancear la cartera anualmente. Al llegar a la jubilación, este porcentaje se invertiría, 40/60. Hay que tener en cuenta que en entornos inflacionarios la renta fija puede no ser tan fija como debería ser.
La última regla es más agresiva y se utiliza principalmente en EE.UU. donde la cultura financiera es mayor y la población tiene el 50% de sus ahorros invertidos en bolsa frente a la media europea del 25%. La regla es invertir en renta variable el porcentaje que resulta de restar nuestra edad a 120. Si tenemos 40 años, entonces invertiríamos el 80% en acciones. La idea es que cuanto más nos acercamos a la edad de jubilación, nos queda menos tiempo para seguir trabajando asi que nuestra capacidad para ganar dinero y recuperarnos de una pérdida es menor.
En resumen, lo mejor es ir poco a poco mientras se va aprendiendo y entendiendo los riesgos porque al igual que una pista negra de esquí no es peligrosa para el esquiador experimentado, invertir en renta variable tampoco lo es para inversor que entiende lo que está haciendo.